Con ganas de llorar, casi llorando, traigo a mi juventud, sobre mis brazos, el paño de mi sangre en que reposa mi corazón esperanzado.
Débil aquí, convaleciente, extraño, sordo a mi voz, marcado con un signo de espanto, llego a mi juventud como las hojas que el viento hace girar alrededor del árbol.
Pocas palabras aprendí para decir el raro suceso de mi estrago: sombra y herida, lujuria, sed y llanto.
Llego a mi juventud y me derramo de ella como un licor airado, como la sangre de un hermoso caballo como el agua en los muslos de una mujer de muslos apretados.
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